Columna: Sintonía fina para la adopción de nueva genética

Jorge Valenzuela Trebilcock, presidente de Fedefruta, para Revista del Campo

Los avances tecnológicos y los cambios en las tendencias, nos tienen enfrentados a una situación muy parecida al boom frutícola de los noventa, década en la que hubo un crecimiento exponencial en las plantaciones en distintas partes de Chile, desde la Región de Coquimbo hasta básicamente el Biobío, un hecho que marcó la consolidación de la fruticultura chilena de exportación como una industria con impacto en el desarrollo de la economía nacional, y con prestigio en los mercados.

¿Y por qué creemos que estamos por experimentar otro hito de la misma relevancia para nuestro sector? Esto se debe a la creación de nuevas variedades y los desarrollos genéticos cada vez más repentinos. Décadas después, estamos en los nuevos años noventa, con ofertas importantes de variedades para las distintas especies, lo que sin embargo trae consigo la necesidad de una adaptación inteligente por parte del sector, una que considere todas las variables, si queremos que el recambio sea exitoso para los productores.

En la uva de mesa, por ejemplo, pasamos de contar con cinco variedades para la producción, a 37 disponibles solo en Chile, lo que hace la toma de decisiones deba considerar un sinfín de parámetros a evaluar.

Hoy en día, la gran oferta de variedades -como la de portainjertos- hace que uno sea capaz de plantar en distintos lugares de Chile, pero eso no quita que debamos desarrollar una sintonía fina sobre muchos factores, desde lo climático hasta el manejo agronómico y fitosanitario, pasando por la agricultura de precisión, el identificar exactamente las necesidades de nutrientes de cada variedad en una determinada zona, junto con muchas otras lecciones que vamos asimilando temporada tras temporada. De lo contrario, el proyecto que busca ser rentable para el productor obligado a renovarse, puede terminar en un tremendo fracaso, en un problema más grande que los que había con las variedades antiguas. 

Ahora, con nuestros últimos análisis hemos detectado que las nuevas variedades efectivamente generan rentabilidades que permiten sustentar el trabajo en los predios. De hecho, si en el mejor de los casos la Thompson genera ingresos a productor de 22 mil dólares por hectárea, hay nuevas variedades que entregan un promedio de US$40 mil, lo que se debe no necesariamente a las mejores liquidaciones por kilo, sino a los rendimientos mayores de volumen por hectárea, entre otros motivos.

El camino para aquello, sin embargo, debe considerar todos y muchos otros factores productivos, pues superando dichas variables, podremos aprovechar el nuevo boom frutícola sustentado en la nueva genética. 

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